La iglesia de la Merced daba un salto en el tiempo para seguir consolidando una de las grandes tradiciones, recuperada -desde 2016- por la prohermandad de la Quinta Angustia. Y es que el pregón de las Siete Palabras, pronunciado por el reconocido biblista y canónigo de la Catedral de Córdoba, Antonio Llamas, despertaba en la noche de este viernes la admiración y el reconocimiento del público que abarrotaba la iglesia de la Merced. Así, se daba cuenta del éxito que la corporación ha conseguido con este significativo acto.
Las voces del coro de la Catedral Córdoba abrían, a la hora prevista, un evento cargado de solemnidad y de profundo contenido teológico. En el mismo también destacó la intervención de uno de los grandes responsables de la gran evolución de la prohermandad, su máximo responsable, Manuel Higuera. Éste agradecía la gran acogida que el acto ha recibido, en estas dos ediciones. Emotivas, cercanas y repletas de admiración fueron las palabras que el presentador del pregonero, el chantre de la Catedral de Córdoba, Antonio Murillo, pronunció sobre Llamas.
La alocución de Llamas ha dado la medida del sacerdote, del profesor y del experto conocedor de la Sagrada Escritura que es el canónigo. Así, la profundidad de su mensaje no pasaba desapercibida y, en diversos momentos del pregón, el teólogo montillano era interrumpido por los aplausos de un público iniciado, que recibía con reconocimiento el mensaje -siempre actual y necesario- de la Palabra. Por ello, en la iglesia de la Merced también se daban cita numerosas autoridades civiles y religiosas. Este es el caso del deán-presidente del Cabildo Catedralicio, Manuel Pérez Moya; el vicario general de la diócesis y párroco de San Miguel, Francisco Orozco; el director espiritual de la Quinta Angustia, Jorge Manuel Díaz; o el concejal del Partido Popular, Salvador Fuentes. Cabe destacar, además, la representación enviada por la hermandad del Resucitado para un ceremonial que concluía como empezó, con las voces del coro de la Catedral.
A continuación os dejamos el magnífico Pregón pronunciado por el M.I. Sr. D. Antonio Llamas:
Las palabras de Cristo, están inspiradas por el Espíritu Santo. Por eso, escuchar estas palabras, las últimas de Jesús, es escuchar la Palabra de Dios. Jesús mismo es la Palabra viva de Dios. Escuchar las palabras de Dios, es una manera de entendernos, de dialogar, de servir, de ser dóciles a Dios. Es un don de Dios, escucharlo.
Las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas (DV 2).
Hemos de atender al significado de cada una de ellas y al significante. El significado es el objeto y la palabra el significante. El texto bíblico testimonia la revelación divina y en cuanto tal, su significado rebasa todo condicionamiento histórico y posee un valor universal, para todos los seres humanos de todas las épocas.
1ª. Padre, perdónalos, porque  no saben lo que hacen (Lc 23, 34).
Tres peticiones de Jesús al Padre
Las peticiones se dirigen al Padre. Este Padre es Dios, nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Primera petición
El verbo perdonar, manifiesta el amor incluso a los enemigos: Pilato, escribas y fariseos, el Sanedrín, Herodes Antipas, los que se burlaban de él, la multitud. La acción de perdonar revela la misericordia de Jesús con todos. Perdonar, muestra al que nos rescata a todos.
Segunda petición
No saben, no conocen, ni reconocen, las acciones de Jesús, son sus enemigos, que le insultan y reprochan. Su ignorancia es el reto y el desafío ante Jesús.
Tercera petición
Lo que hacen. La necedad de los enemigos de Jesús, conduce a la negación, a la mentira, a la corrupción, a la injusticia y a la maldad. La sociedad de aquella hora y de hoy, se opone a Jesús, el Cristo.

2. ª Hoy estarás conmigo en el Paraíso (Lc 23, 43).
Tres afirmaciones de Jesús
1. La actualidad de la salvación se prefigura con el adverbio hoy. Jesús sigue salvando, esa es su misión y ese es el significado de su nombre, el que salva,  Dios salva. El hoy se manifiesta en el anuncio del ángel a los pastores (Lc 2, 11). La palabra de Jesús subraya este tiempo en casa de Zaqueo: Hoy ha entrado la salvación en esta casa (Lc 19, 9). La palabra hoy, por parte de Jesús al buen ladrón, resuena la cercanía de la Misericordia (Lc 23, 43).
El futuro del cosmos está en Dios. Ni el poder, ni la política, ni la economía, son factores determinantes de la salvación y de la liberación de las personas. Dios sigue salvando.
2. El verbo estarás conmigo subraya, para los cristianos, la pertenencia de Jesús a Dios. Jesús es hombre y es Dios. Estar con Jesús es estar con Dios.
3. El paraíso significa jardín, edén, descanso, sosiego, paz, reino de Dios. La persona de todos los tiempos ansía y desea un lugar de descanso, de felicidad, de dicha, de bienestar, de estar en Dios. Desde la Anábasis de Jenofonte, hasta la exégesis actual, la palabra paradisos en griego, significa jardín, es decir, una realidad de felicidad sin fin, en la presencia de Dios.
3ª. Mujer, he ahí a tu hijo; hijo, he ahí a tu madre (Jn 19, 25-27).
La mujer, es la madre de Jesús, como en Caná de Galilea (Jn 2, 1-11), cuando aún no había llegado su hora, es decir, la hora de Jesús.
Se trata en primer lugar, no solo del milagro del vino sino de las bodas mesiánicas de Caná, esto es, las bodas entre Dios y su pueblo, del que Jesús es su esposo. Es como dice un himno de vísperas de la fiesta de Epifanía: Hoy la Iglesia se une a Cristo su esposo y el agua transformada en vino alegra la mesa.
En segundo lugar, la túnica sin costura. Es el símbolo del pueblo mesiánico sin dividir, la túnica de Jesús simboliza la unidad del pueblo, de todos los pueblos. Cristo muere para unir dos pueblos: Israel y la Iglesia.
María, la Virgen, es Madre, es la célula originaria de la Iglesia, en su función materna. Como María, la Iglesia es santa, virgen y madre.
María simboliza a la Iglesia misma que es nuestra Madre, y es, igualmente, Madre de la Iglesia, pues la Iglesia es toda la comunidad cristiana, cuyo símbolo es el discípulo que Jesús amaba.
En Juan, el discípulo amado, estamos representados todos los que somos personas creyentes, por la fidelidad a Cristo. Jesús dice al hijo: Ahí tienes a tu Madre.
Juan, desde aquella hora, recibe a María, la acoge como a su propia madre. Juan recibe a María en su intimidad. Es una acogida en la vida real que expresa la fe del discípulo.

4ª. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46).
Este grito de Jesús es una exclamación y testimonia su alta cualidad espiritual que le une a Dios, como Padre. Jesús se apoya en el Padre, al que invoca con la audacia del eterno profeta en obras y palabras. Jesús muestra la humildad más profunda y verdadera.
Estas palabras del inicio del verso, se construyen sobre un violento contraste, entre el adjetivo posesivo mío y todos los verbos del silencio de Dios, prefigurados en esa solemne interrogante: ¿Por qué me has abandonado? Los significados del verbo son: dejar de atender y escuchar, estar lejano, no responder.
La repetición Dios mío, Dios mío, subraya una gran ansiedad. Es el abandono de Judas, los discípulos, Pedro, las multitudes, y ahora Dios. Este abandono no es místico, sino experimental.
Es una desolación inmensa, porque Jesús llega a ser maldición por nosotros, como dice la Escritura: Maldito todo aquel que está colgado de un madero (Gál 3, 13). ¡Cristo, llevas sobre ti el pecado del mundo! El juicio de Dios recae sobre el Hijo que experimenta el silencio del Padre.
Cristo, sientes el abandono divino y humano. Pero el grito de Jesús no es de una desesperación suicida. Jesús, experimentas las tinieblas, colgado en la cruz, pero vislumbras la luz, porque la muerte deja paso a la pascua, a la vida en plenitud.
Tu grito es una oración, porque reservas en tu interior todo el salmo (Sal 22) que te apropias, pero concluyes con una profesión inquebrantable de confianza en Dios. Porque sigues teniendo sed, sed de Dios, del Padre.

5ª. Tengo sed (Jn 19, 28).
La sed es corporal. Quien moría era un hombre. El Mesías celestial se ríe desde arriba, porque no tiene nada que ver con lo que ocurre en la cruz. Pero la sed se puede leer como el deseo que tiene Cristo de nuestra salvación, de la salvación del género humano.
Jesús, tu sabes lo que significa sed. Tengo sed, dijiste un día a la mujer de Samaría: Dame de beber (Jn 4, 7). Es como dice San Agustín (Homilía 15, 11-12): Aquel que,  primero, pedía de beber, tenía sed de la fe de aquella mujer. Pide de beber y promete dar de beber. Está necesitado, como uno que espera recibir, pero está en la abundancia, como uno que puede saciar.
Hay una inversión total de las relaciones. Quien pide se convierte en quien da; lo mismo ocurre en la cruz, como se manifiesta si leemos con atención el pasaje. Jesús expresa un deseo: Tengo sed, pero el texto pasa a un  plano superior: Entregó su Espíritu. ¡El que pide es el que da!
6ª. Está cumplido (Jn 19, 30).
Jesús, has consumado tu obra terrestre. Has llevado a cabo, con suma obediencia, hasta la plenitud, la misión que el Padre te había encomendado. Todo se ha cumplido en ti, realizador de la salvación y de la misma Palabra de Dios. Eres un sí a Dios, como anunció San Pablo en la segunda Carta a los Corintios: Todas las promesas del Padre son sí en Él (2 Cor 1, 20). Cristo, es, el Amén de Dios (Is 65, 16; Ap 3, 4).
7ª. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23, 46).
Jesús, invoca de nuevo al Padre, en el último suspiro de su existencia terrena. Llama a Dios, Padre. Él le llamaba como dice Pablo de Tarso: Papá, papaíto, mi papá: Y, como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! (Gál 4, 6).
Jesús se dirige a su Padre Dios con plena confianza filial, en este momento culminante. Es la muerte, la hora de Jesús, su último suspiro. En Getsemaní había exclamado: Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya (Lc 22, 42).
Jesús, está muriendo e invoca a Dios con una plegaria de un valor inconmensurable. Se trata de un Salmo de los orantes de Israel: En tus manos abandono mi vida y me libras, Yahvé, Dios fiel. (Sal 31, 6).
El poder salvador de las manos del Padre que crea, salva y protege. Son las realidades a las que se dirige Jesús, porque confía siempre en el amor y la ternura, la caricia, el mimo, la confianza absoluta en su Padre. Se deja acariciar por las manos del Padre, porque se auspicia ya en su muerte, los resplandores de la vida en la Resurrección.

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